miércoles, 20 de octubre de 2010

Escenas de la Década, #4


Antes de llegar a "Cache", que sin duda fue el mejor Haneke de la década pasada, revisé la escena de final de "Dancer In The Dark" (2000) de Lars Von Trier porque me estuve acordando estos últimos días en las piñas que me dio el cine. Por lo general estoy a favor de la revulsión porque creo que es una herramienta mas que genuina para movilizar al espectador, que casi siempre permanece en esa posición pasiva que ofrece la butaca, cómodo y seguro, escondido. Von Trier es un especialista en generar la incomodidad y por ende permitir que el espectador la pase un poco mal cuando ve alguna de sus películas, y para quien escribe esto sentirse mal en el cine es igual a sentirse bien, porque la molestia es sentimiento, es vivir de una forma casi fisica eso que estamos viendo. Es la máxima expresión del cine como un aparato de funcionalidad perversa. Y eso es lo que me gusta. Claro está que uno puede conectar con películas de infinitas formas, que el impacto de la violencia en primer plano no funciona para todos y eso está perfecto. Pero no dejo de ver en estos terroristas de la pasividad algo que afecta al cine como expresión, una cierta tendencia al fuego, al escupitajo que me hace sentir que es totalmente necesaria la destrucción y la aparición de lo imprevisto para mover un poco el molde de las cosas.

Haneke es otro que suele poner bombas en los lugares precisos. Y la razón por la que me decidí por ésta escena de "Cache" y no por la de la película de Von Trier es que prefiero cuando la explosión es mas silenciosa, menos espectacular. Es que ver a Bjork gritando y posteriormente ahorcada, todo filmado con un ímpetu de realismo que seria insoportable a no ser por esas increíbles apariciones de la música, resulta como una experiencia que, ahora en la revisión, me suena bastante impostada. Me pregunto cómo seria si esa actriz no fuera Bjork...Pero en fin, que Haneke recurre a su rigor característico y pone a un tipo que se corta la yugular frente a nosotros, en toda una puesta que tiene mucho de teatral, y consigue en un minuto y medio lo que a Von Trier le lleva diez. Esta escena me resulta maravillosa por dos razones: la primera es por lo violento no solo de la acción sino de la aparición de la misma, totalmente inesperada, pero completamente coherente con el veneno de la trama, y la segunda tiene que ver con la puesta en escena. Hay un par de decisiones claves. Una de ellas es el espectador de la escena, y con esto me refiero tanto al protagonista de la película como a nosotros mismos. Lo que nos afecta de la escena no es tanto la acción, sino no ver mas que la espalda de ese otro espectador que permanece ahí, inmóvil ante el hecho. Deducimos que su afectación ante la aparición de la violencia es la misma que la nuestra, pero el no ver su rostro nos afecta a nosotros todavía mas. En una película que basa su lógica en la mirada, en el hecho de mirar y de ser observado, una escena como ésta no puede ser mas que el éxtasis puro. Y encima se potencia mas cuando uno recuerda ésta otra escena (mirar mas abajo) , donde el protagonista, ahora si mostrándonos su cara hacia los primeros rastros de violencia, experimenta por vez la mancha de sangre. Que pega, por supuesto, en el ojo.


La otra escena en cuestión.

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